Felisa Aguilar: De los ajolotes al desierto
Cuando era niña en el Valle de México, a Felisa le gustaba pasar los días de lluvia buscando ajolotes en el jardín de la casa de su abuela. Los tesoros que encontraba por aquellos días eran muy distintos a los que se toparía años más tarde a varios kilómetros de donde creció.
Su interés se centraba en cómo se desarrollaban los animales, curiosidad que la llevó a estudiar la carrera de Biología en el FES Zaragoza de la UNAM. En el camino, se topó con los fósiles, restos de animales petrificados.
La pequeña Felisa no imaginaba entonces que, muchos años después, se mudaría a Coahuila, para hacerse cargo del proyecto Protección Técnica y Legal del Patrimonio Paleontológico. Como en Coahuila se suelen encontrar muchos fósiles quisieron llevar un registro para atender las denuncias ciudadanas. La gente llama y avisa que vió algo que le llamó la atención y luego mandan a los especialistas a recorrer el lugar y determinar si es un hueso o animal prehistórico, para evitar que el material se pierda.
Dicho proyecto, parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), inició en 2005 e incluía el registro de colecciones de aficionados o de instituciones. Un año antes Felisa había terminado su maestría en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Un buen día José Espinosa, habitante del ejido Guadalupe Alamitos, en el municipio de General Cepeda, llamó para reportar un hallazgo y pedir una opinión técnica. Así inició el descubrimiento del Tlatolophus. Tras la valoración de los restos, elaboraron el proyecto de rescate de la cola de un hadrosaurio, también conocido como dinosaurio pico de pato.
“En la historia de la paleontología de dinosaurios en México no se tenía reportado este tipo de hallazgos, o por lo menos no con la cantidad de vértebras que originalmente habíamos vislumbrado”, dice Felisa. En Gigantes en el desierto te contamos más de su descubrimiento:
Martha Aguillón: ¿Por qué se hizo piedra el caracol?
Cuando era niña, a Martha Aguillón le gustaba jugar en un cerro que parecía monstruo marino. En aquellos años jamás había escuchado hablar de los dinosaurios. Pero ahora, sabe que ese cerro tenía la forma del lomo de un saurópodo.
Un día mientras buscaba piedras, caracoles y pitayas, lo habitual en sus caminatas por el cerro, se topó con un caracol petrificado. “Recuerdo claramente que llegué buscando a mi papá, porque era mi héroe. Él lo sabía todo. Le mostré los caracoles blancos y el de piedra y le pregunté: ‘¿Qué pasó aquí? ¿Por qué razón tengo este caracol y este está hecho piedra?’ Mi papá simplemente se encogió de hombros”, rememora.
La curiosidad de Martha la llevó a inclinarse por el estudio de los seres vivos. Originalmente quería estudiar Medicina, una carrera muy costosa en aquellos años. Así que entró a la Normal Superior de Coahuila y se especializó en Ciencias Naturales. Posteriormente realizó una licenciatura en Biología y una maestría en Ciencias Naturales, por la Escuela Superior del Estado de Coahuila y una maestría en ciencias con especialidad en Paleontología de vertebrados, por la Universidad Metodista del Sur en Dallas, Texas.
En la Normal Superior pudo entender por qué aquel caracol que vio cuando era niña se había petrificado, gracias a la materia de Paleontología. El trabajo final era recolectar 30 fósiles por estudiante y eso fue el principio de todo. “Llegó un punto en que dijimos: algo se tiene que hacer con todos esos fósiles. Son muy importantes, es la historia de nuestro estado y es la historia geológica”.
Así, junto a sus compañeros, formaron una colección para instruir a los maestros de educación primaria y secundaria sobre geología, paleontología y la diferencia con la arqueología; y por qué en Coahuila hay fósiles del mar y vertebrados.
Martha fue una de las pioneras en el rescate e investigación de dinosaurios en Coahuila. Participó en el equipo de trabajo para el rescate de Isauria, junto a René Hernández Rivera, Luis Espinosa Arrubarrena y el doctor Shelton P. Applegate. Tras la presentación de esos resultados, conoció al doctor Jim Kirkland, quien le ayudó a conseguir la beca para estudiar paleontología.
El rescate del Coahuilaceratops magnacuerna vino años después, a raíz del proyecto “Dinosaurios de la cuenca de Parras”, en el que intervino un equipo interdisciplinario compuesto por 16 investigadores de diferentes instancias, tanto de México como de Estados Unidos y Canadá. En Gigantes en el desierto te contamos más de su descubrimiento: