Ser mujer, madre y afroamericana a mediados de los años cincuenta del siglo pasado pudieran parecer tres strikes para alguien que quisiera destacar en el mundo de la ingeniería, pero Mary W. Jackson sabía que no quería estar fuera del juego. Y aunque no todo fueron triunfos en su carrera, ahora es reconocida como una de las grandes pioneras de la carrera aeroespacial.
May nació en Virginia, Estados Unidos, el 9 de abril de 1921, en un momento en que la segregación racial era una realidad en su país. Los hombres y mujeres afroamericanos no podían acceder a los mismos servicios y a los mismos lugares que la gente blanca, por más que la esclavitud hubiera terminado más de medio siglo atrás.
De niña mostró gran interés en los números, por lo que ingresó a la Universidad de Hampton (una universidad sólo para alumnos afroamericanos) donde se graduó en matemáticas y física, y pronto empezó a trabajar como profesora, además de obtener otros trabajos como contadora y secretaria. Se casó y tuvo dos hijos, y hasta ese momento nada parecía indicar que su vida fuera a salir de lo esperado.
Hacer cuentas para ir al espacio
En aquellos años de finales de los años cuarenta no existía la actual NASA, sino su predecesora, la National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica. Durante la Segunda Guerra Mundial la ciudad de Hampton se había convertido en un importante centro de desarrollo tecnológico.
En 1951 Jackson comenzó a trabajar en la sección de computación del área oeste (un área segregada para afroamericanos), en el Laboratorio Aeronáutico de Langley, uno de los importantes centros de investigación de la NACA, donde estuvo a las órdenes de otra pionera afroamericana, Dorothy Vaughan.
El túnel de viento
En ingeniería, un túnel de viento o túnel aerodinámico, es una herramienta básica que permite el desarrollo de nuevos aviones, naves espaciales, misiles o automóviles. Con él se simulan las condiciones que experimentará el objeto al estar en uso en condiciones reales, al estar sometidos a fuertes presiones de aire o gas alrededor de él.
Fue en 1953 cuando el ingeniero Kazimierz Czarnecki le pidió trabajaran juntos en sus investigaciones en el Túnel de Presión Supersónico, un túnel de viento de 1,2 por 1,2 metros y 45 000 kilovatios, usado para estudiar las fuerzas sobre un modelo al generar vientos de casi dos veces la velocidad del sonido.
Czarnecki pronto se dio cuenta de las capacidades de Mary Jackson y la animó a que siguiera estudiando matemáticas y física, algo que para ella era poco menos que imposible en una Virginia defensora de la segregación racial. Pero Mary no se amedrentó y consiguió ser admitida en el Hampton High School, de la Universidad de Virginia, exclusiva para blancos.
En 1958 obtuvo el título necesario y se convirtió en la primera mujer afroamericana ingeniera de la NASA. Ese mismo año publicó su primer informe, basado en resultados de sus experimentos en el túnel de viento supersónico.
El techo de cristal
A pesar de Jackson hizo considerables aportes de su puesto dentro de la NASA, pronto se dio cuenta que ascender para las mujeres ingenieras, incluso blancas, eran muy pocas. Mucha gente le llama “el techo de cristal” a esa realidad de las mujeres que son excluidas de los puestos de dirección o gestión.
En 1979 decidió aceptar un puesto menor en la NASA para dirigir el Programa Federal de Langsley para Mujeres de la Oficina de Igualdad de Oportunidades, donde se esforzó por promover la contratación y ascenso de una nueva generación de matemáticas e ingenieras.
Jackson se retiró en 1985, pero su nombre siempre será recordado como un ejemplo de que es posible luchar contra las adversidades y conseguir las metas. Y su historia nunca será olvidada: en 2016 se estrenó la película Talentos ocultos, donde se cuenta cómo sus cálculos, junto a Katherine Johnson y Dorothy Vaughan, ayudaron al primer astronauta en hacer una órbita completa sobre la tierra en 1962.