Hace millones de años, cuando los seres humanos ni siquiera existían, la tierra era muy distinta. Había un solo continente llamado Pangea, que estaba rodeado de un inmenso océano llamado Panthalassa. En aquel mundo de grandes bosques de coníferas y helechos la vida se preparaba para una época increíble: ¡La era de los dinosaurios!
Al principio de esta era algunos dinosaurios apenas comenzaban a existir. Durante el período Jurásico las condiciones cambiaron: el clima se volvió más cálido y húmedo, y enormes bosques cubrieron la tierra. Los dinosaurios crecieron y se diversificaron. Aparecieron enormes herbívoros como el Braquiosaurio y el Diplodocus, que comían hojas de los árboles más altos. También existían feroces depredadores como el Allosaurus, que cazaba en los espesos bosques y llanuras del Jurásico.
Pero no todo era fácil para estos gigantes. Los continentes de Pangea empezaron a separarse lentamente, formando dos grandes masas llamadas Laurasia y Gondwana. Esto provocó que las criaturas se adaptaran a diferentes ambientes y condiciones. Fue también en esta época que aparecieron las primeras aves, como el Archaeopteryx, que no solo tenía plumas, sino que también conservaba dientes y una larga cola. ¡Casi parecía un dinosaurio volador!
En el océano, los ictiosaurios y plesiosaurios nadaban rápidamente, cazando peces y calamares. Aunque estos reptiles dominaban las aguas, no eran dinosaurios. La era de los gigantes continuó, y cada rincón del planeta se llenaba de criaturas sorprendentes.
Pero entonces, un día que parecía igual a cualquier otro, un gran peligro acechaba desde lo más profundo del espacio. Hace unos 66 millones de años un asteroide gigantesco, más grande que una montaña, viajaba rápidamente hacia la tierra. Nadie podía verlo ni detenerlo, y cuando impactó cerca de lo que hoy es la península de Yucatán, en México, fue como si el mundo entero se sacudiera.
El golpe fue tan fuerte que una explosión inmensa iluminó el cielo. Los ecos de la explosión retumbaron como mil truenos y el calor fue tan intenso que incendió los bosques a kilómetros y kilómetros de distancia. Enormes columnas de humo y polvo se elevaron hacia el cielo, formando una nube tan espesa que bloqueó la luz del sol. Todo el planeta se sumió en una oscuridad que parecía no tener fin. Sin el sol, las temperaturas bajaron rápidamente, y un frío desconocido para los dinosaurios empezó a cubrir la tierra.
Esta oscuridad duró meses, tal vez años. Las plantas, sin luz solar, no pudieron crecer, y los grandes dinosaurios herbívoros comenzaron a quedarse sin alimento. Los dinosaurios carnívoros, como el Tyrannosaurus rex y el Velociraptor, también comenzaron a sufrir, pues sus presas desaparecían. Era un invierno eterno, como si la tierra se hubiera congelado en el tiempo.
A medida que el tiempo pasaba, muchos dinosaurios no lograron sobrevivir. Los grandes y poderosos, aquellos que habían dominado la tierra durante tanto tiempo, se extinguieron uno a uno, incapaces de adaptarse a este nuevo mundo oscuro y frío. Pero en medio de esta tragedia, algunos seres pequeños lograron resistir: eran los mamíferos, criaturas pequeñas, peludas y resistentes que encontraron maneras de sobrevivir en refugios, donde el frío y la falta de alimento no los afectaban tanto como a los dinosaurios.
Con el paso de los años, el polvo y los gases comenzaron a disiparse, y la luz del sol volvió a iluminar la tierra. Los bosques y la vida poco a poco comenzaron a renacer. Sin los grandes dinosaurios, los mamíferos aprovecharon esta oportunidad y se expandieron por el planeta, creciendo, adaptándose y evolucionando. Millones de años después, estos mamíferos darían origen a nuevas criaturas, entre ellas, los humanos.
Así terminó la era de los dinosaurios, una época de gigantes que parecía eterna, pero que encontró su fin en un instante. La Tierra, siempre cambiante, continuó su historia, abriendo paso a nuevas formas de vida y a nuevas historias por contar.